lunes, 13 de agosto de 2007

MOLE, Norma Camille Cuellar


Este relato de Norma Camile Cuellar (Monterrey, México) quedó clasificado en segundo lugar en el concurso de Literadura “Hijos de Satanás”, que fue el germen (o la bacteria) de la que nació Hank Over. Disfrutadlo.


MOLE

Me decían mole. Y no por mi negrura o ser de Puebla: una noche de los años 70 mamá se cogió a siete hombres y quedó embarazada. Los siete se empelotaron con ella y al revés, así que mi mamá decidió vivir con todos y seguir cogiéndoselos, porque embarazada se sentía muy sexy. Nací y crecí con siete papás, a quienes nombraba por su apellido: Furiyama, Ruiz, Gonsalves, Dos Santos, Van Roden, Leung, DeLacroix. A mamá siempre la he llamado Preggy, de cariño.
Los chismes sobre mi familia crecieron luego luego: desde secundaria comenzaron a decirme mole, porque era “una mezcla de muchos chiles”. Se burlaban de mí, a mis compañeros no los dejaban ir a mi casa ni por trabajos de la escuela. A mi familia y a mí nos prohibían entrar a iglesias; tampoco fue fácil tener siete papás enseñándome a caminar, a andar en bicicleta, regañándome —y eso sin contar a Preggy. Pero los siete eran bien chidos y sus siete quincenas las dedicaban a mí y a mi mamá, nunca nos faltó lana.
Pero ni con eso pude evitar que en preparatoria mi apodo siguiera jodiéndome… como siempre estaba a solas y mirando a los demás casi a escondidas, empecé a sentirme El Guardián en el Centeno. Aunque también me sentía una especie de Frankenstein.
Mis papás me querían un chingo, pero no podían estar conmigo en la escuela, menos en el baño, donde todo el puto mundo me pegaba, repitiéndome que mi mamá era una cerda. Preggy decía que yo era siete personas en una, sobre todo cuando ponía bolsas de chícharos congelados sobre mis golpes. Yo sufría, y mucho. Sólo me confortaba llegar a casa y masturbarme tres, cuatro veces. Me alejaba de los espejos para no mirarme los rasgos mezclados de mis siete papás: piel oscura, labios delgaditos, ojos asiáticos azules, pelo amarillo crespo, nariz chiquita, pómulos marcados, cejas gruesas amarillas. La voz ronca la heredé de Preggy.
En primer año de prepa conocí al único amor de mi vida, Cristy. Anduvimos bien poquito: ella no quería que en la escuela supieran que andábamos, nomás la veía en su casa, todas las noches sus papás me invitaban a cenar. Me hacían un chingo de preguntas… una noche encontré una grabadora escondida: el papá de mi entonces novia era sicólogo y quería escribir un libro sobre mí. A punto de suicidarme, empecé a ir al siquiatra. En segundo año me tocó estar en el mismo salón de la muy cabrona, no podía dejar de verla. En el salón también estaba Ramiro, un pendejo muy rico que también veía mucho a mi ex. Luego me enteré que ya andaban. Sentí la sangre hirviendo, estaba en las últimas física, moral, mental y emocionalmente; sentía que si me mataba tendría que hacerlo siete veces. Me habían quitado mi honor, mi nombre, al amor de mi vida.
Una tarde oí a unos babosos hablando de una fiesta en la casa del pendejo. Yo nomás quería estar con mi Cristy. El día de la fiesta, más bien la tarde, me fui en camión a la casota… días antes había investigado sus planos, bueno, nomás del exterior. Desde afuera vi al pendejo solo, fumando mota echado en un sillón. Ni de pedo notaría a alguien acomodando cuerdas y poleas en el patio, para entrar a su casa y entrar al cuartote de sus papis para vestirse y maquillarse.
Salí de la casota, me paré en la puerta principal con ropa de mago, una vara, sombreros y pañoletas. Recibí al primer güey en llegar —un chef— jugando con el humo de su cigarro. Le dije al pendejo de Ramiro que un primo suyo me había contratado para recibir a sus amigos, se puso bien contentito. Recibí a los invitados y las invitadas apareciendo y desapareciendo cosas, haciendo figuras con globos. A mi ex novia le hice un corazonzote rojo.
A las 10 de la noche ya nadie llegaba; el pendejo me sugirió que me largara, y eso hice. Regresé a la casa por el patio, y en el cuartote, con la ropa del papi, tela de cojines, tijeras, aguja e hilo me hice ropa de amigo baboso del pendejo de Ramiro. Con el almacén de maquillaje de la mami me desmaquillé y volví a maquillarme, o algo así. Bajé las escaleras, me presenté como el hijo del tío Pepe. Ni me pelaron por estar chupando.
—¿A qué horas se van las amigas pendejas de Cristy? —me dijo en secreto un baboso.
—Sí, ya que se larguen —le seguí la corriente.
—Ya me la quiero echar… nomás que se ponga pedota… vamos a ponerle hasta por…
El culo se me congeló.
Fui a la cocina. Ahí estaba el chef… lo desmayé con puras patadas, lo encueré y lo escondí. En el cuartote me puse su ropa, hice de todo para parecerme al güey: me inventé un bigote y canas. En la cocinota hice lo que más le gustaba a Cristy: pasta con salsa de trufas, foie gras con arándanos, torta de duraznos con mazapán. Serví la comida como todo un profesional; mientras todos tragaban preparé una bebida especial con tiras de cáscara de plátano y semillas de manzana. Al final de la cena las amigas de mi ex se fueron. A los babosos les recomendé mi bebida como un excelente digestivo para hombres; se la echaron mientras yo los impresionaba haciendo con cuchillos y tomates una cadena de corazones para Cristy, que nomás quería chupar todo lo que tuviera alcohol. El pendejo otra vez me sugirió que ya me fuera; me pagó una mierda. Antes de irme le dije al pendejo que tenía un amigo que podría “amenizarles la velada”; a mi Cristy se le iluminaron los ojos. Ramiro me ordenó llamarle, y me fui.
Otra vez entré al cuartote, me desmaquillé, me maquillé (¿o al revés?), me cambié de ropa. Salí de la casota y timbré. Me presenté como Luis Javier; traía en una mano una guitarra del papi. Mi ex novia, sentada abrazando al pendejo, ya estaba hasta la madre de peda; canté las rolas de Elton John que le gustaban. Los babosos hacían gestos, a huevo: esperaban a un DJ, no a un trovador loser con guitarra. Nomás toqué cuatro rolas porque la blusa escotada de Cristy ya estaba dejando ver sus tetotas y todos babeaban como perros de Pavlov. Hasta yo. Ramiro me pidió cortésmente que me fuera, prometió pagarme pronto.
Salí, regresé al cuartote, volví a ser el hijo del tío Pepe; les dije a los babosos que no había cenado con ellos por estar viendo porno. Mi ex quedó inconsciente después de vomitar una masa multicolor; entre todos nos la llevamos al cuarto del pendejo, que parecía un putero barato: luces rojas, gasas y una cámara de video con tripié. La acostamos, estábamos a punto de desvestirla… los babosos se desmayaron por mi bebida-brebaje químico adulterado que los iba a dejar todavía más babosetes por el resto de sus babosas vidas. Todos, menos uno: Gerardo, a quien luego luego reconocí como maricón, checando los bultos de los pantalones. A él le perdoné su salud mental, y se llevó a todos los babosos al cuartote, para hacerles de todo. Me senté en una esquina contemplando a Cristy, mientras me quitaba los rastros de mis ropas y maquillajes de mago, chef, trovador, hijo del tío Pepe. Mi ex novia despertó después de un rato.
—Ana… —dijo— qué vergüenza…
—Sí, qué vergüenza, ¿verdad? Yo en la casa del puñetas de tu novio, qué pena, ¿qué va a decir la sociedad? —me fui hacia la puerta bien encabronada. ¿Para qué explicarle que la había salvado de un gang bang?
—No, no, Ana… —se tapó la cara con las manos— qué vergüenza que me veas así… no sé ni dónde estoy, y tú aquí… me la paso peda, no dejo de pensar en ti, me lleva la chingada… ¡te quiero un chingo! No me dejan estar contigo… no me dejan ser…
—¿Ves? Ni siquiera lo puedes decir.
—¿Y eso qué importa? —lloró— no me dejes… yo me iría contigo a donde sea, ¡a donde tú quieras!
—Pues no lo vas a creer, pero en este preciso momento estoy haciendo un negocio poca madre y voy, vamos, a sacar un chingomadral de lana… te vas a vivir conmigo, ¿o qué?
—Sí… ¡sí! —Cristy me abrazó. Nos besamos con los gemidos de Gerardo como ruido de fondo.
El único requisito que le puse al maricón fue que grabara sus cogidas en la cámara de video: lo transmití en tiempo real por internet, cobrando muy buen varo. Mis conocimientos de internet eran cortesía de Furiyama, programador de computadoras y hacker; los de sastrería de Ruiz; los de música de Gonsalves; los de artes marciales de Leung, los de chef de Van Roden, los de magia de Dos Santos y los de arquitectura, de DeLacroix.
Desde ese día me empezó a gustar mi apodo.


FIN.

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