lunes, 22 de septiembre de 2008

EL MERODEADOR, por Vicente Muñoz Álvarez.


Llueve intensamente sobre la casa del narrador. Una noche de viento enloquecido y tremendo invierno. La lluvia proyecta violentas ráfagas contra la ventana de la habitación donde escribe, única iluminada en toda la casa. Un viejo caserón de pueblo aislado, que se utilizó como molino tiempo atrás. Rugen las vigas del techo y penetra el viento helado a través de las rendijas de las puertas. Una noche de diciembre, oscura y sin luna, desapacible e invernal. El narrador está sentado en su escritorio, bajo el flexo, concentrado en una historia que la negritud de la noche le ha inspirado. Está solo en la casa y en ese instante la luz de su despacho es la única encendida: sólo la luz de su despacho, como un faro magnético en la noche helada. Escribe el narrador sobre alguien o algo que se acerca bajo la lluvia a una casa aislada donde a menudo se oyen pasos y donde sólo brilla una macilenta luz, la luz de un flexo bajo el que otro narrador, a su vez, cuenta una historia. La persistente lluvia, que dentro de la casa es sólo un susurro, empapa mientras la silueta aún difusa del merodeador. Lleva calado un pequeño sombrero y una gabardina gris cubre su cuerpo. Apenas se le distingue en la lluvia, sólo sus pies descalzos sobre el barro, sus manos blancas sobresaliendo de la gabardina y una goteante melena tapizándole la espalda y el rostro. Lentamente, a medida avanza el narrador en su historia, se acerca sigiloso a la casa el merodeador, cobra forma en la noche, se perfilan bajo la lluvia sus rasgos. Quiere situarle junto a la casa solitaria, frente a la ventana del narrador de su historia, contemplándole mientras escribe: el narrador de su historia escribe bajo el flexo de su despacho y el merodeador le observa bajo la lluvia empapado. En ese punto del relato se encuentra, absorto en la escena, cuando, al elevar la vista de su escritorio, distingue una sombra a través del cristal empañado. El vaho y las gotas de agua le impiden ver nítidamente, al otro lado, el rostro del merodeador. Sólo su silueta clavada en la lluvia, observándole por la ventana, y la melena chorreante que, bajo el sombrero, oculta su rostro.
No puede ser, piensa, no puede ser real, no puede estar sucediendo... sí en mi historia, en mi novela, en la noche y en la casa de mi novela, pero no aquí y ahora, el merodeador en el fondo no existe...
Eso se repite el narrador, presa del pánico, mientras contempla, tras el cristal empañado, la silueta inmóvil del merodeador que le observa.
Yo le he creado, piensa entornando los ojos, concentrándose, es fruto de mi imaginación, no puede salir de su historia, el merodeador en el fondo no existe, no existe.. no existe...
Se repite eso el narrador, aún bajo el flexo, cuando un súbito estrépito de cristales rompe el silencio en la casa.
Estremecido, abre los ojos: el merodeador no está en la ventana.
Resuenan sus pasos dentro, atravesando lentamente el pasillo...


Vicente Muñoz Álvarez, de El merodeador ( Baile del sol, 2007 ).
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Accede al prólogo y al primer capítulo de la novela pinchando aquí.

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