domingo, 21 de septiembre de 2008

HUSHA TABUSHIT, por LLuis Pons Mora.


La situación era la siguiente:
ni la Ani ni la Aza estaban en la ciudad,
por lo que aquellos días para nosotros
no eran muy diferentes que Saigón en el 73.
El Trompet vino a por mí a la estación
de trenes el sábado por la noche,
y aquella noche vomité por los callejones
de La Perra Gorda con suma facilidad.
A los dos días llegó Antoñito,
con lo puesto, un par de deudas,
unos currículos, la camisa de las entrevistas,
las dos manos delante y ninguna detrás.
Ya te digo que estábamos jodidos.
El Trompet nos adoptó entonces,
nos dio su casa y su compañía
con la inmensa sonrisa que le pertenece.
Hizo por cuidarnos, por abastecernos
de arroz y de paz, por que no faltara
donde lavarse, donde dormirse,
donde sentir la tormenta de piedras.
Acabe como acabe esto debemos afirmar
que hizo soportables nuestras vidas.
Antoñito y yo contactábamos con ofertas:
ayudante de tubero, estudios de mercado
para fumadores, jardinero, comida rápida,
almaceneros, sparrings del amor…
Pero nunca nada emitía respuesta.
Y realmente seguimos así. Un poco peor.
Lo cuento en pasado para ver si esto pasa.
Lo he intentado antes pero no sé escribirlo,
sólo algunas notas: lo que no puede matarse
es un hombre que se adentra en las calles
con su historia en una maleta verde.
Un hombre o una mujer. Creo que escribí
eso, y la amistad es nuestra única ventaja.

Quedémonos por tanto con:
La ciudad era Saigón. Granada;
Antoñito y yo; seis años después.
Sin drogas. Sin trabajo. Sin dinero.
La maleta verde. Corren los días.
Los yanquis, el mundo, en contra.
Nuestra única y mayor ventaja.
Y al Trompeta ni tocarlo,
(ni a la Ani tampoco).

LLuis Pons Mora, inédito.

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