lunes, 27 de julio de 2009

ELOGIO DEL PROXENETA


31 de mayo

De pequeño me narraban habladurías pintorescas de niños malos que se convertirían, a no tardar, en irascibles vagabundos. Veamos. Tuve la ocasión de resguardarme del peligro entonces, con sólo palabras dichas por mi abuela, o por padre cuando le acompañaba para acarrear en mi morral cientos de perdices. Recuerdo una leyenda en especial: un poblado en las montañas nevadas de León, un hombre recién llegado y misterioso, un muchachi­to que lo sorprende en algún acto contranatural, se trataba, creo, de una cabra, la pertinente denuncia por parte del muchacho a la Autoridad del día, el Concejo reunido y la expulsión a latigazos del hombre misterioso. En la Cruzada aquel extranjero regresó y de un tiro de pistola, soto voce una Astra 901 automática, ejecutó al otro, que ya no era un guaje. Años más tarde lo conocí. Se llamaba George F. y me acreditaba la repulsa radical por el ganado caprino. Hicimos juntos uno o dos mercados y se perdió en prisiones. Estos recuerdos los traigo a cuento porque últimamente me paso las horas, como un tonto, desentrañando mi trayectoria y, por si sólo fuese esa la rareza, además me asusta recordarlo, volverlo a vivir como si nada sucediera sin mi permiso en mi cerebro. Y es grave y estoy chiflado. Es lo que me asegura Virginia cuando viene. Y apenas viene la gran zorra.

Por la noche no tengo más remedio que enojarme. Tanto escribir en el cuaderno abreviaturas de mi vida que romperé, lo mismo que rompí los doscientos cincuenta y tres cuadernos anterio­res, y eso que eran bonitos y de una elocuencia majestuosa y sensible, me alcanzan noticias de C., el Don C. de tres al cuarto, que reclama reunirse conmigo en Sants. Si decido ir a su encuentro, ¿qué hacer ahora con mi cama nueva?, y si me niego, ¿qué con Clarita, su rehén precioso y maculado?

Luis Miguel Rabanal, de Elogio del proxeneta (Ediciones Escalera, 2009)

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