domingo, 11 de octubre de 2009

DE LLAMAS INTERNAS by Carla Badillo.


La camaleona que me habita es muy difícil de domar. Por eso siempre que me enfado o me alegro alguna parte de mi cuerpo me delata. Mi camaleona aún no aprende a camuflar con maestría mis estados de ánimo. A veces proyecta colores que no me corresponden. Y lo que es peor: deja entrever mis debilidades (lo que para alguien como Mark -que sabe de guerras- se convierte en una ventaja). Esta mañana, mi debilidad es su mirada apuntando a mis piernas. Por eso a pesar de que mi rostro se muestra oscuro -casi negro- mis muslos y pantorrillas, incluso mis pies, están encendidos, descaradamente rojos.
Al menos ésta vez la batalla está empatada. Porque su debilidad son mis piernas y la mía su mirada. Dos debilidades que al final son doble fortaleza.

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La que se proclama niña, la que se proclama vieja, la que se proclama niña-vieja… es una jaguara recién nacida al llegar la noche.

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Él me dice: "Eres muy erótica, baby. Fuck! Creo que eres la novia más erótica que he tenido. Estoy seguro que vas a tener una vida muy erótica también, como la de Anais Nin." No digo nada y lo sigo besando. Pero la comparación me sorprende y me gusta. Porque pienso en todas las páginas de mi diario en las que -directa e indirectamente- he escrito su nombre. Y pienso en cómo Henry Miller fue también ese motor brutal y desquiciado para la pluma de Anais. Luego me detengo y veo que me observa con un ojo abierto y otro cerrado ¡tal como lo hacía Miller! Pero Mark lo ha hecho siempre. No le comento nada, sólo me río. Muchas coincidencias por hoy.

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Anais escribió en su diario (lo transcribo como si fuera mío. ¡Dios! Ella expresa muy bien lo que siento ahora): "Sensual, creativa. Siento la llama del sexo, la llama de mi mente, las llamas de mi sueño. Una vida como una hoguera. Poder. Pensamientos aleteando en el aire, cortando el aire con alas de acero. Deseo flotante al ritmo de algas. Sueños y fantasías como remolinos de viento, y risas. (…) Y mientras más semejanzas encuentro entre Henry y yo, más profundo es el entendimiento entre nosotros y mayor es mi miedo que lo alejen de mi lado. Hay momentos cuando lo veo tan preocupado, tan profundo, tan pensativo, tan bueno, que me pondría a llorar. Y en esos momentos lo adoro. Y cuando los demás lo ven tan sexual, todo carne, expansivo y sudoroso, me pongo frenética. Siempre encuentro en él al erudito, al filósofo, al sensualista, y lo amo y me amoldo a él.

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Él sabe de armas
me apunta con la vista
pero tiene miedo de mis piernas.

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Yo sé lo advertí desde el comienzo:
"Cuídate, amor,
del árbol enredado entre mis piernas.
Y de la sombra de su sombra.

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Los dos sabemos como trabajan nuestras mentes. Y aun así cada día, cada hora, cada jodido segundo hay algo nuevo por descubrir. A él no le gusta viajar, pero ayer nos fuimos de este mundo para recibir todas las revelaciones que los dioses ateos pueden otorgar a sus herederos.

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Y me amó con tal devoción que lo relacioné con aquel personaje que Jorge Enrique Adoum describe en Relato del extranjero: “Un día presintió a la mujer que podía tomar, dormida sobre el suelo donde tanto había sollozado de soledad y soltería: y le besó los párpados, el sexo, su destino. La llevó junto al río y lavaba sus pies y le ceñía de hojas y de hierbas olorosas la cadera. Y cuando compartieron la noche, el sueño, su hambre, el día, recordó palabras para el canto, porque hubo heridas que olvidaba por la tierna solidaridad de animal que ella le ofrecía.”

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Yo le ofrecía a Mark todo lo que de mi boca salía: palabras, acentos, signos. De vez en cuando un animal extinto, una piedra, una elegía. Pero también le ofrecía silencios que sólo él podía escuchar. Silencios que él tomaba entre sus manos, y luego de disecarlos los guardaba entre sus libros. Un verdadero acto de amor.

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Mi parte sexual prevalece en todo lo que pienso, hago, escribo. Y no me refiero a la parte más elemental y primaria sino al remolino interno, al fuego creador que nace en mi vientre y se expande implacable como lava, como una suerte de tinta roja que mancha todo cuanto toca. Mark lo supo desde el principio, desde la primera vez que nuestros ojos se cogieron en la esquina de Vallejo. En silencio. Él fue el único que vio saltar las brasas de mi mirada y no tuvo miedo de quemarse vivo. Porque sabía que el principio de todo era el fuego. Como lo dijo Heráclito: Fuego. Tensión. Movimiento. Mark lo sabe, sabe que soy fuego. Por eso me complementa como nadie. Por eso en él me inmolo.


Carla Badillo, del blog
Mujer en tierra firme.
Photo: Mark y Carla. Tosca, SF. 2009.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jo! gracias por el descubrimiento.