sábado, 12 de diciembre de 2009

EL TUTÚ


Escrita en 1891 por el editor de Rimbaud y Lautréamont, pero jamás publicada hasta un siglo más tarde, llega por fin a nuestro país la novela más misteriosa del siglo XIX.

Como señala la cubierta francesa de la obra, Le Tutu, Moeurs fin de siècle es la novela más misteriosa del siglo XIX. Impresa en París en 1891, no llegó a distribuirse en las librerías. Su editor, León Genonceaux, en cuyo catálogo figuraban nada menos que Rimbaud y Lautréamont, tuvo que darse a la fuga para evitar la acción de la justicia que le acusaba de «publicación de una novela inmoral».

El seudónimo tras el que se enmascara el autor, Sapho o Princesse Sapho, permaneció durante décadas envuelto en una densa nube de tinta. Según Pascal Pia, en un artículo publicado en la Quinzaine Littéraire en abril de 1966, y Jean-Jacques Lefrère, en su posfacio a la edición francesa, se trataría, casi con certeza, del propio Génonceaux. Pero, más intrigante aún que dicho enigma lo es el desconocimiento tan dilatado de esta obra maestra de humor corrosivo y de inventiva feroz: un verdadero «aerolito literario» que, como dice Julián Ríos, llega a nuestras manos con cien y pico de años de retraso. Y ¡vaya aerolito! En él encontramos un claro precedente —no hablo de influencia, pues no fue leído por nadie— de las audacias de Jarry, Roussel, Breton, Ionesco, Queneau...

«Borges, en la estela de T. S. Eliot», escribe Julián Ríos, «afirma que cada escritor crea a sus precursores. Una novela precursora como Le Tutu parece ser obra de numerosos autores, el hijo precoz y escandaloso de varios padres».

Del principio al fin de la novela reina la extravagancia más desbocada: sucesos increíbles, personajes excéntricos, diálogos insólitos de irresistible comicidad. Su protagonista, Mauri de Noirof, trasunto de un amigo de Génonceaux, sueña con hacer el amor a su madre devoradora de bilis y de vísceras, se casa con una rica heredera obesa y alcohólica, bebe como un descosido, dilapida el dinero propio y ajeno, se enamora de Mani-Mina, fenómeno circense de dos cabezas y cuatro brazos y piernas, engendra un monstruo hermafrodita de cuatro cabezas y dieciséis extremidades difícil de amamantar (Noirof sólo posee dos senos y su progenitura cuatro bocas) pero lo alimenta con sus pechos (gracias a un milagroso tratamiento que hoy llamaríamos hormonal), inventa un súper AVE que traslada al usuario en treinta segundos de París a Lyon, incurre en nuevos desatinos, recibe inesperadamente un acta de diputado, es nombrado por sus méritos ministro de Justicia, participa en una orgía presidida por el Papa, consuma al fin el incesto materno en un tren semejante a aquél en el que vino al mundo.

La irrisión del universo en el que se agitan los personajes es de una cáustica y sorprendente modernidad. Nada ni nadie se salva de la quema. La irreverencia de Sapho es total:

El Creador, si es que lo hay, cometió un descuido al sacar de la nada al primer hombre y la primera mujer: olvidó no crearlos a su imagen y semejanza. Y así se condenó a tener permanentemente ante sus ojos la fotografía de su propia imagen: unos tontainas. Si el hombre tuviera conciencia de la cantidad de feo horror o de horrible fealdad que arrastra consigo, (...) le achicharraría el cerebro al globo infecto por el que pasea su osamenta inmunda.

El radicalismo del editor de Rimbaud y Lautréamont —y también de obras menores de títulos como Le Péché, Sodome, Gomorrhe, Monsieur Venus, etcétera— no podía sino acarrearle los problemas que condujeron al cierre de su librería del 3 de la Rue Saint-Benoit, en el edificio contiguo al que viviría luego Marguerite Duras.

En Le Tutu, como en los «disparates medievales», lo absurdo y el humor constituían un frágil escudo de defensa. Según escribía Diderot a Sophie Volland: «a menudo hay que dar juicio al aire de la locura, a fin de que pueda ser tolerado».

Para más información

Alice Incontrada
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