lunes, 15 de febrero de 2010

LIBRES by David Pérez Vega.


Aseguro que mi horario no es nocturno, no obstante
el jueves salí del trabajo a las 4.40 de la mañana
del viernes. Al bajar del taxi yo era ese tipo
con traje y corbata que andaba deprisa
para poder dormir algo más de dos horas.
A las puertas del barrio una mujer mayor
empujaba la silla de ruedas de un hombre,
le costaba superar la pequeña cuesta.
Eran más de las 5 de la mañana, no me paré
a ayudarles, ni les saludé. Sentí terror,
pensé que yo no debería estar allí a esa horas
viendo aquello, parecía una pesadilla. En la noche
me crucé con la cara a oscuras de la mujer,
cansada y desesperada. Yo tenía que dormir
al menos dos horas para aguantar el viernes.

Había llegado un momento en que ya no deseaba
acabar pronto para tener unas horas de tiempo libre,
se rebajó el horizonte de mis expectativas, me conformaba
con poder dormir siete horas, al menos
no morirme de cansancio al día siguiente.

El domingo se murió mi abuelo, era el último
que me quedaba, me derrumbé,
casi no había podido ir a verle al hospital.
El lunes no fui al trabajo, era el entierro.
Al salir del cementerio sentí un patético
alivio, me avergüenza reconocerlo, casi alegría,
esa tarde no tenía que ir a trabajar.
Llevaba un mes trabajando siete días por semana
sin poder dormir ninguno de ellos más de seis horas,
sin cobrar una puta hora extra. Era una empresa prestigiosa.

Sí, lo ratifico, los nazis tenían razón
cuando colgaron aquel famoso letrero
a las puertas de Auschwitz: El trabajo os hará libres
.


David Pérez Vega, del poemario Siempre nos quedará Casablanca (próximamente en Baile del Sol).

Ilustración by Álvarez Cabrero.

3 comentarios:

David Pérez Vega dijo...

Hola Vicente:
Gracias por colgar el poema.
Me gusta la ilustración que lo acompaña, muy significativa. Creo que yo tenía esa expresión en la cara cuando trabajaba en la gran multinacional norteamericana con traje, aunque en vez de portafolios llevaba un portátil.

Saludos

Unknown dijo...

Hay pocas cosas tan tristes de ver en el metro por la mañana como los jóvenes trajeados que en dirección sur norte se acercan a la city. Sus corbatas no son meras prendas de vestir, son la soga que les amenaza con tensarse.
Buen poema David.

David Pérez Vega dijo...

Hola Albert:
Aunque más triste es verlo desde dentro y no salir huyendo, convertirte en una víctima del éxito.
Yo decidí que aquello no era para mí y me hice profesor, es decir conseguí un trabajo en el que salgo a las 4.30 (de la tarde), y algunos de mis antiguos compañeros del traje parecían envidiar eso, pero ellos no podían dejarlo: te acostumbrabas a un tipo de coche, de casa, a ser mirado como alguien que cumple con usos ideales sociales... y allí siguen, esclavos del éxito...

saludos