sábado, 27 de marzo de 2010

La Oferta Serpentina¹, por FRANCO DIMERDA



24 de diciembre. 20:00 horas. Camino por la calle Serrano. Es navidad y hace un frío del carajo. No tengo casa, ni coche, ni trabajo y mis padres están un poco lejos como para ir a visitarlos (en Perú). Así que esta Nochebuena la pasaré igual que la del año pasado: solo y sin un duro en el bolsillo. Me rectifico. El año pasado lo pasé peor. Estuve currando disfrazado de Santa Claus soportando los insultos de los niños. Esta vez, como no hay trabajo, no tendré que soportar a nadie. ¿Cómo dicen que la crisis no trae nada bueno?

La pega más grande de no tener techo es el frío. Así que opto por entrar a las tiendas de firma que en Serrano las hay por docenas. Dolce Banana, Chocho Armani, Vergace… Tiendas de ropa que parecen joyerías por el precio de sus productos. Pero que no me importa visitar debido a la calefacción gratuita que tienen. Una vez dentro manipulo las prendas haciéndome pasar por un posible cliente. Cojo una cazadora de piel, por ejemplo, y reviso las mangas, el cuello, el forro interior y por último la etiqueta con el precio. 3500 euros. Luego lo cuelgo en su respectiva percha y cojo otra cazadora de otro color. Y así hasta que ya me siento calentito o el vendedor se acerca pues sospecha algo. En ese momento me bato en retirada. Continúo por la calle Serrano y cuando vuelvo a sentir frío entro a otra tienda de ropa sobrevalorada.

Creo que ahora es el momento. Tengo la nariz tan fría como la de un perro en la nevera de un restaurante chino. Me detengo frente a la tienda de Lumy Hilfiger. Entro.

—¡Salga ahora mismo de la tienda! —me increpa un vendedor muy parecido a Robert Pattinson. Aunque más bajo, más moreno, con alopecia y con la nariz más prominente.

—Deseo comprar una cazadora…

—De piel. ¿Verdad? —me interrumpe Robert Pattinson exaltado—. En todas las tiendas de ropa de esta calle lo conocemos muy bien, señor del traje negro barato. Sabemos que entra y manipula toda la mercadería para finalmente salir sin comprar nada dejándonos a nosotros, los vendedores, el trabajo de doblar todo lo que ha desdoblado.

—¿Me conocen todos? —pregunto sorprendido.

—TODOS. Porque cada vez que entra, repito, los vendedores tenemos que quedarnos hasta después del cierre de la tienda para acomodar todo lo que desordena. Es usted como un puto huracán. Así que ni intente entrar a alguna tienda porque no lo dejarán.

—La verdad solo entro por la calefacción —respondo intentado negociar una salida—. ¿Y si me dejas estar un ratillo dentro de los probadores? Allí no causaría ninguna molestia.

—Salga ahora mismo de la tienda.

—Afuera hace frío. No tengo casa.

—Si no sale en cinco segundos llamaré a la policía.

—Ten piedad Robert.

—Uno, dos…

—Vale. Me voy.

—¡Y no me llamo Robert!

Vaya mierda. No contaba con eso. Tendré que descartar las tiendas de ropa de Serrano para calentarme. Y tampoco puedo entrar al metro porque hay vigilancia y no tengo abono transporte. ¿Qué coño voy a hacer? La única alternativa que tengo es entrar a algún restaurante. Pero por aquí los únicos restaurantes que hay te cobran incluso el aire que respiras dentro. ¡Qué diablos! Antes de sentarme a la mesa pediré ir al baño y no saldré de allí hasta que me haya calentado lo suficiente como para que mis piernas puedan caminar rápido hacia la puerta de salida.

Me detengo frente a un restaurante de lujo. Entro y cuando veo a un hombre vestido de frac rojo en el recibidor sé que no me dejará entrar ni siquiera al baño de los lavaplatos.

—Lo siento —me dice el frac rojo—. Aquí se entra con traje.

—¿Dimmu Borgir²? —pregunto.

El frac rojo se muestra sorprendido. Llama a una tal Miriam por el pequeño micrófono que lleva incorporado en la solapa del frac. Al poco llega la tal Miriam. También lleva frac rojo.

—Gute nacht —me dice Miriam. Creen que soy alemán.

—¿Dimmu Borgir? ¡Burzum, Finntroll, Gorgoroth, Ajjatara, Nargaroth, Bethlehem!—no sé lo que digo pero lo hago con énfasis.

—No es alemán —le dice Miriam dirigiéndose a frac rojo.

—Entonces ¿de dónde coño es? —pregunta impaciente frac rojo.

—Puede que sueco, noruego o finlandés. No puedo asegurarlo. No hablo esos idiomas.

—Por la forma en como se viste —me examina con la mirada frac rojo— puede que sea miembro de una banda de rock de esos países y esté de visita en Madrid.

—Mejor dale paso —sentencia Miriam—. No vaya a ser que luego salgamos en el noticiero por no dejar entrar al guitarrista de Green Day.

Mientras entro al restaurante guiado por Miriam no sé si sentirme bien por haber logrado pasar por un guiri o mal porque me hayan comparado con un miembro de la banda de Green Day. ¡Odio a Green Day!

Miriam se detiene en una mesa vacía y me invita a tomar asiento. La mesa colinda con una pareja algo peculiar: una rubia de unos 25 años y un obeso de unos 50. El obeso me mira furioso. Imagino que le molesta mi aspecto.

—¡Ensiferum, Korpiklaani, Barathrum! —digo a Miriam señalando hacia la cocina.

—¿Los baños? Sí, siga por allí —me dice Miriam haciéndome señas con las manos.

Entro al baño. Abro el grifo y me mojo la cara. Estoy sudando y no por la calefacción del local que está bastante alta, sino por los nervios porque ahora no sé cómo coño saldré sin consumir nada ni levantar sospechas teniendo en cuenta que la única salida posible está resguardada por el frac rojo. Esta vez sí que la he hecho buena.

—¡Esto es intolerable! —alguien grita detrás mío. Volteo y reconozco al obeso de la rubia veinteañera. Se dirige a mí.

—Primero disfrazado de torero —continúa diciéndome furioso—. Después de Drag Queen. Después de Geisha. Y ahora de Hippie zarrapastroso… ¡No me dejáis en paz! A todo lugar que voy siempre estáis allí tocándome los cojones. ¿Cuántas veces os lo tengo que decir? Si no pago los 80 mil euros que debo no es porque no quiera, sino porque mi empresa se fue a la bancarrota. Con esto no quiero decir que no pagaré. ¡Por supuesto que pagaré! Pero necesito tiempo. ¿O creéis que puedo hacer aparecer 80 mil euros de la nada? ¡No soy el puto David Copperfield! Pero no, vosotros no comprendéis. Y me seguís al portal de mi casa, os paráis al lado de mi coche, me dejáis en ridículo en frente de mis vecinos y de mi familia… Ni siquiera me dejáis cenar en paz hoy, en Nochebuena, con mi amiga que no veo desde hace tiempo. Joder —rebusca en los bolsillos de su pantalón Armani—. Dime, ¿cuánto coño quieres?

—¿Cómo dice? —pregunto sorprendido.

—Para que me dejes en paz hoy —me dice con la billetera en la mano. Una billetera tan gorda como su dueño—. Mañana persígueme disfrazado del papa, si gustas. Pero hoy no te quiero ver la cara.

—El trabajo de cobrador es duro —digo intentando mantener la calma. Trago saliva—. Fíjese en lo que tengo que disfrazarme. No puedo aceptar menos de 2000.

—500. Lo tomas o lo dejas.

—Lo tomo.

Salgo del baño pletórico. Siento como si acabase de sentir un orgasmo múltiple. Desde que llegué a Madrid, y debido a mi aspecto que va a medio camino entre un jevi y un gótico, me han confundido con todo tipo de personajes pero nunca con un cobrador de morosos. Mejor dicho, nunca hubiera imaginado que obtendría dinero con mi aspecto. 500 euros por la cara. 500 euros que, dado los difíciles tiempos que corren, invertiré en lo único que se me ocurre para conseguir el sustento. No más ETT ni contratos basura. No más jefes tocapelotas ni clientes tiquismiquis. Seré mi propio jefe, un pequeño empresario, un visionario que abrirá un camino a las nuevas generaciones. Como Goya, como Mozart, como Shagrath³. Me compraré una guitarra eléctrica y un amplificador.

Cantaré Metal Extremo en las calles de Madrid.

___________________

¹ Título de una de las canciones del álbum “In Sorte Diaboli” del grupo Dimmu Borgir.

² Grupo noruego de Black Metal Sinfónico.

³ Alias del músico noruego Stian Tomt Thoresen y vocalista del grupo Dimmu Borgir.

Del blog de Franco Dimerda: francodimerda.blogspot.com

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