miércoles, 7 de abril de 2010

Alacant, je t'aime



Lo de intentar ser un francotirador no es excusa, parece. No es proyecto de futuro. Uno se deja. Pasa como con las drogas, uno las prueba y luego se deja. Como con las bolsas de plástico en la centrifugadora de la olas. El problema son los vestidos los días que luce un sol desmedido. Son dos caderas como catorce ocho miles. Y eso que la ciudad no me acaba de convencer, la verdad. No por nada. Sólo que no me veo. Puede que para una temporada. Para visitar a mis suegros. Pero no me imagino cumpliendo años. Y lo del mar está sobrevalorado. Es cierto que evade, pero no compensa. Y menos si no nos junta, a pesar de que la luna luce sobre él como una pegatina en la carrocería de un coche lujoso, como una pamela blanca en un desfile de negras, y que las luces del cabo entran en ebullición cada noche. Pero si no nos junta no me vale. Y no me niegues que hubiera sido poético encontrarnos junto a la caseta de salvamento marítimo. Pero me dejas solo con mi deriva, con el sonido de mi despertador, y mis charcos de marzo. Y luego me desangro en sueños, que no es agradable. Y entre tanto y tanto nos van creciendo los sueños, el pelo, las uñas, los miedos. Nos crece la distancia. Y las grietas del suelo se llenan de malas hierbas, de contradicciones, de omisión. Alguien tiene que venir a arreglar este desastre. Y mejor si entiende de jardinería.
Nacho Abad, de su blog Beatitud

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