sábado, 11 de septiembre de 2010

PEDOS DE COLOR DE ROSA. Patxi Irurzun



Todavía hoy, después de tanto tiempo, cuando me levanto de madrugada para ir a la fábrica y te veo ahí, tumbado a mi lado, cuando veo tu espalda desnuda hinchándose y deshinchándose, me cuesta creer que te haya tenido a mi lado durante toda la noche, y pienso que eres como un pequeño planeta que respira e insufla con su respiración la mía. Miro tu pelo desordenado y todo se ordena en mi interior, me acerco a tus labios y huelo tu aliento, y descubro en él el olor de las cosas pequeñas, domésticas, que se hacen grandes porque las compartes conmigo: el último cigarro, el último café antes de acostarnos, esa muela podrida que podías ir de una vez a sacarte, cabrón, las bufas que te tiras y que hueles, metiendo tu cabezota debajo de las sábanas. Dicen que una pareja está verdaderamente unida cuando supera "la prueba del pedo", cuando uno de los dos miembros de la misma tiene la suficientemente confianza para tirarse el primer y sonoro pedo. Tú debes de pensar que no hay nadie en el mundo tan unido como nosotros.
Recuerdo cuando te conocí, aquel verano, en la playa, cómo entonces ya cada mañana espiaba tus rutinas y pensaba que ello me hacía formar parte de ellas, cómo te veía llegar por el malecón, desenredándote el árbol pulmonar con las caladas del primer cigarrillo, cómo escupías sus esquejes podridos al mar, cómo extendías tu toalla sobre la arena y te rascabas los huevos antes de quitarse la camiseta. Y recuerdo que entonces todo aquello me gustaba, quizás porque a continuación, cuando te desnudabas, yo imaginaba que lo hacías sólo para mí, que si yo lo deseaba podría acercarme, apoyar mi cabeza sobre aquel torso moreno, y que tú atusarías mi cabello de manera que con cada una de tus caricias todas mis preocupaciones se esfumaran.
En aquella época de mi vida tenía la sensación de estar siempre esperando algo que nunca llegaría, a alguien que me amara... Tal vez por eso cuando quise despejar la duda de saber si tú podrías haber llegado a fijarte en mí lo hice de una manera tan rocambolesca. Hubiera sido tan fácil acercarme hasta ti, en aquella playa y preguntártelo... Pero busqué alguien que conociera a alguien que conociera a alguien que te conociera, y así conseguí tu dirección, y te escribí, y esperé, por pura rutina, porque pensaba que tú nunca responderías y esa sería una forma más de seguir esperando.
Tú , sin embargo, respondiste.
-Me gustó que hicieras complicado algo que podía ser tan aburridamente sencillo- dijiste.
Y la verdad es que si, que a ti te encanta complicar las cosas, siempre te las arreglas para que te echen de todos los trabajos, o para mear en la tapa de la taza, o para seguir durmiendo a pierna suelta mientras yo me levanto para ir al trabajo.
Creo que, de todas maneras, incluso si no tuviera que levantarme cada mañana para ir a la fábrica, si no tuviera que soportar a todos esos borrachos que regresan tambaleándose a casa y me piden fuego mientras espero tiritando al autobús, me levantaría igualmente de madrugada y miraría tu espalda, que lo haría sólo para sentir ese agradable hormigueo que me provoca pensar cuánto te quiero y cuánto te odio, cuánto me gustaría asesinarte con un beso en la nuca, recostarme sobre tu torso desnudo y comerte el corazón, que lo haría para acompasar mi respiración con la tuya y sentir que sigo viva, que todavía tengo paciencia para esperar a que alguien me ofrezca un poco de su amor.

De La polla más grande del mundo y otros 69 cuentos (Baile del Sol, 2007)

1 comentario:

Martín Roldán Ruiz dijo...

"cuánto me gustaría asesinarte con un beso en la nuca".

Es lo mas bueno que he leido ultimamente...