viernes, 10 de junio de 2011

LA ESPERANZA DE LA CALLE. Antonio Yeska


Dice que él no quiere morirse, que eso de aburrirse de tanto vivir es una gilipollez y que lo que él quiere es ver el futuro. Saber que pasará luego, estar ahí para verlo y contarlo, por pura curiosidad. Por el miedo a la muerte, tal vez.

La primera vez que me pidió un cigarro yo todavía era joven para empezar a fumar, no se lo di, ni se lo di a él, ni se lo di a aquel gitano que me dijo hippie y que se me puso a llorar recordando al Camarón, cuando le enseñé la camiseta de éste, y le dije que yo no era ningún hippie. La verdad es, que con el llanto, el cante y la ramita de romero se lo había ganado, pero yo no llevaba tabaco encima… Los dos se quedaron sin fumar en distintas ocasiones, pero también por distintas razones y con distintos sofocones.

A veces me lo encuentro por la calle y le pregunto qué cómo le va, nos saludamos y nos damos la mano, dice que le va bien, que acaba de vender la última ficha de hachís que le rascó a la piedra y que le venden a dos euros el gramo de Marihuana, dice que pasa de cocaína y de speed, que eso es mierda, y que aunque lo ha probado no le llama la atención, viniendo de un calavera como él me lo tengo que creer, además, no tiene por qué engañarme, y yo sé que me tiene fé. También dice que pasa de mujeres, que bastante tiene con su vieja, sus dos hermanas y sus cinco sobrinas. No le gusta el fútbol, a mí tampoco me entusiasma, así que nunca hablamos de eso. Le gustan los perros, pero solo si son de presa, se caga en los muertos de su cuñado porque se ha llevado a su Bóxer Americano y no lo ha vuelto a ver, según él, solo le han dejado un perro de mierda que nada más que ladra y se caga por su nueva casa de protección oficial.

Nunca me habla de su padre, como mucho de los amantes nuevos de su madre, a veces es un Rumano que no tiene trabajo y se quiere volver para Rumania, a veces es otro que le cuenta historias del trullo… otras veces ni siquiera lo llega a conocer.

Cuando habla de sus hermanas es como si nunca salieran a la calle. Hace poco andaba nervioso por el parque, llevaba un moratón que le ennegrecía media cara. Lo habían mandado a por algo de hierba y lo habían engañado. Al novio de su hermana no le había gustado la calidad de la planta, le había dado unas hostias y lo había mandado a pedirle cuentas al camello, advirtiéndole de que no debía volver con los bolsillos vacíos, vamos, que quería fumarse un porro después de follarse a su hermana. Eran como las once de la noche de un miércoles cualquiera, yo andaba por allí con algún colega después de ensayar, de charla pero con prisa, y se nos acercó con la movida. Menuda cara de lelos nos dejó la historia. Al verlo le habíamos preguntado, entre risas, si es que se había vuelto a tirar de la moto para darse a la fuga de los maderos por no llevar casco, pero no. Al final tuvo suerte y algún yonki del parque le fio un apaño, al fin y al cabo, ellos también tienen corazón.

No es fanfarrón, cuenta lo que tiene y lo que no, quizá sea un poco bocazas, pero, ¿Qué esperabais? Hace años que no celebra su cumpleaños, no hubo en su casa ni risas, ni regalos…y saber de más es un pecado inaguantable. Dice que tiene quince para dieciséis, pero todos sabemos que se añade y miente. Hace dos que dejó el colegio, lo expulsaron por falta de asistencia y no tiene ninguna prisa en buscarse un trabajo. En su casa no le preguntan por nada, son vidas diferentes de muchas personas entre las mismas cuatro paredes. Fue un error, lo sabe, se lo han recordado muchas veces. Ahí tienes el mundo. Apáñatelas como puedas. Tu veras lo que haces. Busca en la nevera que algún resto habrá…

Y todavía dice que él lo que quiere es ver el futuro, el hijo de Malamuerte.


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