jueves, 19 de julio de 2012

LOS CUADERNOS DEL HAFA: Página 52.



Cuando el humo de hachís ha violentado definitivamente tu cauce respiratorio. Es cuando olvidas que los pulmones funcionan asediados por miríadas de conductos venosos ávidos de recoger y distribuir los efectos narcóticos por tu sistema nervioso.

Estar bajo los efectos del hachís y ver cómo el tiempo se derrama entre tus manos, cual desértico residuo de sílice o húmedo jugo de aguacero tropical. Hacer un último esfuerzo por recordar el último esfuerzo que hiciste y, después, olvidarlo todo al vaivén lujurioso de tus más recónditas reflexiones, regodearte en éstas sabiendo que, cuando abandones el estado de lúcida ebriedad inducido por la droga, no podrás recordar nada. Sólo quedarán en tu paladar reminiscencias de un exquisito sabor agridulce camuflado en un plato que no recuerdas y que posiblemente no vuelvas a poder degustar. Al final del viaje, vuelves a ser hombre y te duele la certeza de haber abandonado, en algún punto onconcreto de la travesía, el disfraz de dios que tanto placer te ha proporcionado.

Degustar un buen hachís es un acto merecedor del emplazamiento acorde. Para disfrutar un buen porro es preciso hallarse en el lugar adecuado, que no te engañen con eso de que “lo importante es la compañía”: lo primordial es la soledad, la inmunda covacha de tu propia soledad. Tu clausura interior y un entorno acorde a la promesa de embeleso agazapada en los bordes geométricamente irregulares de la piedra marrón.

El Hafa es un buen sitio para fumar hachís, uno de los mejores que conozco. No me preguntéis por qué, no consigo acordarme. Sólo conservo fogonazos de recuerdos, brochazos de reminiscencias, y una indefinible fragancia jugueteando en mi paladar: el persistente aroma de un delicioso manjar que, ya lo he dicho, posiblemente jamás vuelva a saborear.


Pablo Cerezal, de Los cuadernos del Hafa (Ediciones Carena, 2012).

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