martes, 26 de agosto de 2014

TOÑO BENAVIDES: Gran Sur.



Por Camino Sayago

Primero fueron los cómics, luego la ilustración de prensa y de libros. Y en los últimos tiempos la poesía se ha colado en su vida. Toño Benavides (León 1961) escribe y dibuja, dibuja y escribe con la misma tozudez, y quizás parecida pasión. El resultado de su aparente juego con las palabras le ha dejado recientemente una sorpresa con aliento de reconocimiento: el XVII Premio de Poesía “Eladio Cabañero”, por “Gran Sur”, dotado con 4.500 euros y, por supuesto, la edición de la obra, de la que se encargará “Reino de Cordelia”. En este poemario, qué presentará en septiembre en la galeríaRafael Alberti de Madrid, acompañado por Luis García Montero, Toño Benavides amplifica desde un ángulo surrealista vivencias y sentimientos, y evoca a Neruda.

“Soy el niño que rompió la caracola y huyó con el mar bajo las alfombras…”, así irrumpe Toño Benavidesen la escena poética. Con un sencillo lamento con sabor salado, como sus poemas, tristes, tiernos, crudos y angustiosos y a veces felices y ensoñadores sobre una realidad no impostada.

—Como ilustrador lo tuviste claro desde un principio, pero en cambio tu faceta como escritor y poeta ha surgido no hace mucho. En 2009 publicaste “Paraíso”, tu primer libro, más tarde “El sótano en Llamas” en 2011, y “Los chicos del Vertedero” en 2012. ¿Cuándo decides sumergirte en la escritura? ¿Por qué escribes? ¿Es una forma de reconocerte?

—Para uno mismo y para los demás siempre está más o menos claro quién dibuja bien y quién no. Escribir ofrece más dudas. Podrías pensar que estás reescribiendo el “Ulises”, y en realidad no llegas a un siete en la redacción del colegio. Siempre he escrito pero no siempre he considerado salvables mis textos hasta que me planteé “Paraíso”. Para empezar no podía adjudicarles un formato literario al uso, relato, poesía… era algo a medio camino con la ilustración y trataba de reflejar sensaciones para las que necesitaba palabras además de imágenes gráficas.

En mi caso, la mayoría de los poemas fluyen como un discurso, como una búsqueda, lo que Neruda llamaba “el desarrollo en la oscuridad”. Comienzo identificando el objeto poético sobre el que quiero escribir. Sé que hay algo contenido en el que no se muestra y trato de sacarlo a flote. De ahí que algunos textos tengan un tinte surrealista, porque escribo como un paranoico desde la sospecha de que hay algo en la realidad que no se muestra, y se trata de buscar lo que subyace debajo de ella. Por ejemplo en esos barrios del sur de Madrid, barrios que son ciudades dormitorio y que yo llamo “Gran Sur”, la vida cotidiana, el aspecto paisajístico, remiten a un desarrollo placentero de la vida, despreocupado, y sin embargo yo no puedo evitar ver a toda esa gente como víctimas.

Escribo para conocerme, escribo porque no lo puedo evitar, porque he descubierto que es una forma de dar mi versión de la realidad con más rapidez y exhaustividad que dibujando. Porque cuando dibujo estoy dando una versión bajo un estilo completo, acrisolada durante muchos años, y eso me llevaría a dar una versión estilística, preciosista, que en estos momentos no me interesa. Me interesa más la precisión que puedo dar con las palabras y el juego de las sugerencias.

—Alguna vez te he oído decir que cuando dibujas también haces poemas… la imagen, como la palabra, muestra tu propia cosmovisión de la realidad…

—Si pero el dibujo es más antiguo, como dibujante a la vez tengo dos facetas, una la comercial y otra de autor, ambas están marcadas por un mismo estilo que al ser tan definido a mí no me satisface a la hora de reflejar otras realidades que descubro ahora. La propia lógica del lenguaje te lleva a percibirlas de tal forma que tú mismo te das cuenta de que no caben en otro canal que no sea el de las palabras. De todas formas no he dejado nunca de experimentar, y de hecho una buena parte de los poemas de “Gran Sur” están pensados como caligramas.

—Comenzaste con cuentos cortos y desembocaste en la poesía, ¿perdiste el miedo a enfrentarte con tu voz interior?

—Fue precisamente la voz interior la que me impulsó a escribir y al principio lo hacía despreocupadamente, sin reparar en el formato de poesía o de prosa. Escribía casi de forma automática, sin pensar, sin la menor intención de darle una lógica que los hiciera comprensibles como un relato. Era una especie de magma poético que me limitaba a volcar ideas con la intención de despertar sensaciones en el lector, más que de hacer una narración al uso. Más tarde me plantee la versificación, porque comencé a asistir a recitales poéticos. Mis propios textos leídos me dieron la clave de qué música y qué ritmo necesitaban y allí es cuando empiezo a escribir poemas, y a estructurarlos en versos, en estrofas, a buscar una unidad temática en cada poema.

—En los últimos años, la poesía ha ocupado un lugar preferente en tu vida, casi se podía intuir un cierto descuido hacia la ilustración, a pesar de que continuabas con tus trabajos para editoriales… ¿Cierto hastío hacia la imagen?, o bien ¿curiosidad por indagar en otros lenguajes?

—Curiosidad sobre todo y también necesidad. La ilustración ha cubierto una gran parte de mis aspiraciones en ese terreno y continuamente descubro cosas que quiero contar y para las que necesito el lenguaje. Para mí, ambos canales cumplen funciones diferentes y con cada uno de ellos busco satisfacer una determinada necesidad. De hecho, me ocurrió algo muy curioso: más que ilustrar mis textos con mis propias ilustraciones lo que me apetecía era dar una versión escrita de esas imágenes. Tenía la impresión de que había mucho que se me había quedado en el tintero.

—Luis Alberto de Cuenca, que conoce bien tu obra gráfica, ha señalado que en “Gran Sur” se percibe la influencia de Neruda. No parece tan obvia…

—Neruda es una influencia definitiva para cualquier poeta posterior. Concretamente los poemas de “Residencia en la Tierra” revisten el mismo ambiente sombrío que impregna “Gran Sur”. También “Hijos de la ira” de Dámaso Alonso y “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca. De todas formas, lo que a mí me aparta de cualquier autor no es una pauta estilística a seguir, sino el descubrimiento de todo lo que es posible con las palabras, de los límites del lenguaje.

—¿Qué otros autores te interesan?

—Mis influencias son muy variadas y dispares. Cuando empiezo a escribir poesía no lo hago tanto por la influencia de otros poetas, como de cineastas o músicos. Desde los clásicos como Orson Wells y David Lean, hasta los más recientes, como David Lynch, Polanski o Ridley Scott. En cuanto a la música estoy emocionalmente ligado a toda la música de los ochenta y el post punk, como Psychedelics Furs, The Chameleons o New Order.

—¿Qué ha supuesto para ti este premio de poesía, el primero que recibes?, ¿cómo decides presentarte?

—Es difícil conseguir darle una cierta difusión a un libro de poesía. Obtener un premio es una forma de crear un foco de atención sobre el libro, de que se publique y se distribuya. En definitiva de conseguir lectores. De alguna forma, mi segundo libro de poesía “Los chicos del Vertedero”, es un libro que llega a partir de poemas que iba recitando en las distintas sesiones de poesía, por lo que los textos ya eran conocidos. La publicación de este libro fue una consecuencia natural, en cambio “Gran Sur”, es un libro escrito durante los dos últimos años en completa soledad y aislamiento. Llega un momento en que uno necesita recibir una respuesta, que alguien te diga que no está mal de todo, recibir esa respuesta necesaria para la autoestima, en forma de premio, está muy bien.

—En “Gran Sur” describes experiencias personales, enraizadas en un escenario urbano que has pateado y sitúa al lector en las ciudades dormitorio del Sur de Madrid. “No fluye el agua de Cibeles bajo el cemento del Gran Sur….” pertenece al poema “Tierra baldía” y es una buena pista para situar al lector…

—Este escenario es el telón de fondo de toda la acción, es el paisaje urbano. De hecho el poema se titula así “Tierra baldía”, el mismo que el de Eliot, porque da una clave de la naturaleza esencial de ese entorno. Es tierra baldía, gente baldía. No quiero hacer una recreación gráfica, sino reflejar la frialdad y la sordidez del entorno urbano y humano.

—La inmersión en la ciudad, a través del primer poema “Donde cesan las mareas” conduce hacia un desalentador ambiente, en el que se alojan la rutina, los sueños frustrados, la soledad… ¿De verdad vivimos una intemperie de ciudades deshabitadas?

—“Donde cesan las mareas”, es un poema que hace referencia al fenómeno de contestación ciudadana, sin embargo lo que yo quería era llamar la atención sobre el hecho de que el gran público permanece ajeno a estas cuestiones. Creo que en España siempre ha habido esa aceptación fatalista de las desgracias, que hace que seamos un país abocado históricamente a fracasar como tal. En este sentido, sí es una intemperie de ciudades deshabitadas.

—¿La realidad es tan tremenda como la reflejas o es tu estado de ánimo el que la transforma en desánimo? Dices, “ahora vivo en la ciudad del cuerpo cansado”

—Hay mucho de eso. Uno escribe desde la subjetividad, no puedo evitarla ni traicionarla, siempre somos un tamiz y cualquier fenómeno externo acaba poniéndose al servicio del estado de ánimo. Sin embargo ese estado de ánimo llega como consecuencia directa de la observación de la realidad. De hecho, la mayor parte de las notas que tomé llegaron mientras me movía en trenes, metros, autobuses, tiempos de espera.

—Siempre has vivido en el centro de Madrid, sin embargo ahora los paisajes que se ven desde la ventanilla son otros, los edificios, las zonas de obras…

—Hasta el 2012 vivía en el centro de Madrid y a partir de ahí, cuando me traslado a un barrio del sur de la ciudad, comienzo a viajar con frecuencia en trenes de cercanías y a observar desde esa plataforma el escenario y la gente, y ahí es donde van surgiendo todos los poemas. Era como escuchar una determinada música que había que traducir.

—Destacan varios poemas visuales: Reloj de arena y Pirámide, Sísifo, Un traje de Piel, La memoria de los peces.

—Cada uno es diferente. En principio, lo que quería era componer esos poemas de tal forma que no tuviera que alterar artificialmente el espaciado entre palabras, y conseguir paulatinamente, a través de la extensión de cada verso, la forma visual externa del poema. Hay un doble juego, por una parte el contenido y por otra la forma visual que adquiere. “El reloj de arena” es el poema más complejo de todos, aparte de conseguir con la duración de cada verso las dos ampollas que forman el reloj, está la dificultad añadida de hacer que en cada una de ellas las palabras hagan referencia, por una parte a la fugacidad del tiempo, de los recuerdos, al olvido, y por otra, al peso del pasado, a la imposibilidad de volver atrás.

En “Pirámide”, el juego es más claro, se trata de una pirámide truncada y se hace evidente en el verso final conforme al discurso que desarrolla el poema. El verso final dice “a golpes de miedo construimos la pirámide truncada de nuestros padres”.

“La memoria de los peces” cierra el poemario, todo el poema está componiendo la figura de un pez del coral. Estos peces tienen una memoria muy corta, apenas tres segundos y es el único poema en el que trato el tema del amor, que no me resulta cómodo.

—No te olvidas de tu hijo en este paseo que tiene mucho de biografía. “Enmiendas a la vida” y “Mario” son dos poemas intensos: “Eres la mitad de ti contra el espejo empañado”, le recuerdas.

—Me causa cierta angustia observar los detalles de su personalidad, en contraste con la mayoría de sus compañeros de colegio, más interesados en el deporte o en una cuenta de resultados satisfactoria en los estudios. Observo en él esa imaginación que solo puede traducirse en insatisfacción, en inconformismo y en un país como este no lo va a tener fácil. Y esto se refleja sobre todo en el segundo poema que le dedico.

—Por último, que planeas ahora, ¿hay algún proyecto concreto?

—A corto plazo planeo la presentación del libro, el próximo mes de septiembre, probablemente en la librería Rafael Alberti de Madrid, con Luis García Montero.
Toño Benavides, ilustrador

En 1989 se traslada a Madrid, y desde entonces ha publicado sus dibujos en Diario 16, El Mundo, The New York Times y El Economista. Su estilo, caracterizado por la elegancia y la síntesis expresiva, ha sido durante años habitual en la mayor parte de las editoriales españolas. The Society for News Design (SND) le ha concedido varios premios, entre ellos cuatro medallas de plata y una de oro por sus trabajos publicados en el diario El Mundo, desde abril de 1991. Ha ilustrado numerosos libros, una veintena, entre ellos “El amadísimo Rolando”, de Jacob y Wilhelm Grimm (Rey Lear, 209) y como autor ha publicado “El viaje de la Luna” (Edit-in, 2000) y “Paraíso” (Eje Ediciones, 2009).

Reproducimos un poema de ·“Gran Sur”:

QUIERO LEERTE POR DENTRO

Quiero leer lo que escribas
cuando eches las cuentas a oscuras,
cuando se descuelguen tus muros, cuando caigas.
Cuando te aniden serpientes en el hígado y la memoria,
cuando ladren mutilados los perros de tu infancia.
Quiero leerte por dentro
cuando bebas en el charco de tus ojos,
cuando rieguen tus zapatos descosidos
los fatigados camiones del alba.
Cuando te abracen tus hermanos
en el humo de la ruina, cuando duermas
borracho de quimeras, vacío de esperanzas.
Cuando vayas dando tumbos, coronado
por los golpes del combate con tu sombra.
Cuando vuelvas a tu casa
flanqueado de silencios, escoltado por extraños

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